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sábado, 11 de octubre de 2008

LAURA HERNÁNDEZ MUÑOZ, Tamazula, Jalisco, México
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I
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La soledad es médula que habita mis huesos, asciende y los carcome. En sueños siento su caminar lento, casi elegante. Es mi dueña y lo sabe. Nacimos gemelas, reflejo enturbiado por los días felices.
Siempre junto y dentro de mí, sin esperanza de una despedida. Montamos el mismo corcel de viento, imagen que ofrece su pasto en campo ajeno. Sol, edad, tiempo. Sombra que se proclama luz, círculo de la culpabilidad.
Amante posesiva, virgen de mil excusas, indolora compañía, sudario premonitorio que envolverá el frío de mis huesos.
Soledad, anfitriona del banquete donde el pan es polvo sin andar. Brújula imantada sin marcar norte, la rosa que florece en el desquicio de mi trayectoria. Amazona que insiste en pelear una batalla que se perdió en el útero de la madre. Abrázame por dentro, para quemar esta ansia de escribir poesía.
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II
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¿Cómo se despiden los amantes que nunca lo han sido? ¿Habrá llanto, besos, manos entretejidas al cerrar la puerta de la habitación de un hotel sin estrellas? ¿Cómo se recuerda una cama que nunca se deshizo bajo la prisa de los cuerpos? ¿Qué sonidos quedarán ocultos en las paredes, si no hubo jadeos, gritos, susurros?
¿Cómo sueñan los amantes que nunca lo han sido? ¿Tendrán sobresaltos al repetir en su piel la presencia del beso que estremece? ¿Fingirán no conocerse cuando en la calle se crucen? ¿Cuál será la actitud de los amantes que nunca lo han sido, pero a solas, en su locura de comer lunas y ocultar la pasión, van adquiriendo el rostro pálido?
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Qué triste vocación del amante que nunca lo ha sido: tropezará por la vida con los locos que persiguen a invisibles cometas de colores, que dan besos al aire y sonríen, sonríen, porque están enamorados. Ellos, los amantes que no lo son, nunca lo sabrán.

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