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lunes, 12 de noviembre de 2007

ALEJANDRA BASUALTO, Rancagua, Chile
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EN ESA ESQUINA
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La muerte estuvo sentada en esa esquina desde antes que yo naciera.

Silenciosa aguardaba resultados con un ojo rojo

y el otro colorado de puro cansancio.

Cuando vio que mi madre no estaba dispuesta a entregarme tan fácil

echó un par de ojeadas más

y se durmió.

Luego se conformó con un gato blanco.



La muerte ha estado sentada toda mi vida en aquella esquina.

A veces cabecea y murmura cosas raras,

otras, bosteza y se estira como queriendo despertar,

más tarde se hunde en la oscuridad de su rincón torcido,

satisfecha de oírme llorar.



Cuando mi padre se despidió

la muerte me besó en los labios.

Años después me miró muy hondo desde los ojos amarillos de mi madre

y pude verla sonreír con ella.

Comadres de viaje / me dije,

qué bueno, mi vieja no va tan sola.



En noches como ésta vuelvo a verla,

atisbando desde la esquina / en su sillita pintada

y con el sombrero bien calado sobre los ojos negros.

No es hora / le digo afectuosa,

todavía no puedo viajar, pero no te preocupes:

aquel domingo

cuando por fin decidas abandonar tu esquina

y acompañarme hasta la puerta,

tendré mi maleta lista,

también un bolso de mano

por si hay encargos

de última hora.
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SI MUERTE FUERA
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Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,

manso de actitudes / dulce de palabras / bello

como los caquis en otoño / que me endulzara la boca

con su áspero sabor a macho en celo;



si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón

como un cachorro sin destetar,

que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,

los zapatos y las medias;



si ese MUERTE que tal vez ya me observa

-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-

mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,

un resuello de varón maduro

y sienes clareando en la penumbra;



entonces sí me gustaría encontrármelo de frente

aunque fuera en un callejón oscuro,

o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa

en un domingo cualquiera

de ésos que nadie halla motivos para recordar.



Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida

de que es mi último caballero andante,

el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero

que viene a rescatarme / a seducirme

a llevarme consigo

para que por fin juguemos

un último juego

de esperanza.
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UN SOLO PIE
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Veo un solo habitante en este espejo

nubarrones raídos, una que otra desgracia.

La llovizna cae sobre la tierra carcomida

donde hasta los huesos se nos vuelven agua.



A mis espaldas despiertan cuatro ríos funerarios,

no cesan de fluir,

arrastran algas inexactas.



Mis clavos han perdido resistencia,

y nuestra puerta no sostiene picaporte:

las palabras nada restituyen.



Esta hora huele a manzanas,

y en los peldaños va

quedando

un solo

pie.

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