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miércoles, 26 de diciembre de 2007

EDGARDO NIEVES-MIELES, San Juan, Puerto Rico
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"VIVIR PARA SOÑAR, ¡QUÉ DELICIA! "
era hermoso ser dueño de un mundo
donde no moraba nadie más que él
Carlos Meneses
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a Juan Duchesne Winter
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Tendido en un triste lecho del hospital de Atocha.
Asfixiándome. Clamando que me saquen de ahí,
porque esta jaula tétrica y mal ventilada
no le hace ningún bien a mis roídos pulmones.
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Los muebles siguen pastando en perfecto silencio
sobre la alfombra verde. Tal vez Neruda diría:
“la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros,
a lo lejos”; yo digo que en un rincón de la casa,
la luna crece como una planta más
y, de repente, supe que dos más dos no siempre son cuatro.
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Las campanas de la iglesia roncaron toda la madrugada.
¿Recuerdas los paños morados de aquellas Semanas Santas
en las que no se podía oír radio ni cantar ni martillar ni clavar?
Ahora componen el mantel que cubrirá la mesa del juicio final.
Madonna sobre la mirada del administrador que adora las corridas de toros.
Ya no buscan a Caperucita Roja para degollarla.
El trapecista compró unos zarcillos de oro para la luna.
Mi memoria pintó de lobo rapaz la filantropía
desplegada por el Estado y las asociaciones benéfica.
La lluvia ácida y el agente naranja se han ensañado
con el árbol de sombreros que tío Adán plantó en el traspatio.
Si un barco es un adiós con ventanas,
entonces, Jacobo, un alcatraz es una chiringa de carne.
El paisaje regresa en las alas de las golondrinas.
Mi infancia se subió al tiovivo y (ya Ud. lo ve) no quiso bajarse jamás.
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Evite que el éxito se le suba a la cabeza
cual bocanada de exquisito perfume.
El sol es un pasajero que disfruta las bondades de leer
todas la ciudad en teleférico.
Carlos Marx se pasó la mayor parte de su vida
en las bibliotecas del Museo de Londres.
Yo creo en Dios, pero también en el entretenimiento.
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Vengan, les espero detrás de la lluvia,
abriendo libros como quien monda naranjas;
con mi nombre, más humilde que las anónimas piedras del camino,
con mis manos, pájaros sin jaula navegando sueños memorables como cinturas,
con mi estoica camisa de fiebre y la sana mica de mis húmeros,
con mi trozo de oxígeno suspendido del dedo meñique
y otros 40 metros de poemas
para coserle unas enaguas de espuma
a mi amada, indeciblemente bella
como un televisor a colores
entre el dulce aroma de las rosas recién cortadas.
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(Junto a ella, mi deseo es un muñeco de pan de jengibre.)
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Y el poema, infinita Torre de Babel,
en la inteligente calva
lleva prendido un aviso de luces
que enciende y enciende
y apaga
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"SE PROHÍBE ESTAR TRISTE HASTA QUE SE CONGELE EL INFIERNO;
TODOS LOS POETAS SON SANTOS E IRÁN AL CIELO"
(de mermelada, por supuesto).
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Toco el pezón eléctrico de la puerta
y una avalancha de mariposas,
rojas como pétalos de una canción,
inunda el cielo gris de Lima.
Giro el picaporte de la noche
y el Sena, esa bestia de agua,
duerme rendida a mis pues.
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Mi silencio es una espada de aguas frescas
que nunca acaban; una regia bandera ciega de sol
junto a la fuente del parque
donde yace mutilada una promesa de papel.
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(Ya no tengo 19 años,
pero mis ojos siguen vistiendo pantalones largos.)
¿Quién osa componerme mejor epitafio?
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Los amantes, envueltos en un halo de luciérnagas,
celebran la cartografía del paraíso que les cabalgue la piel.
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Hasta aquí la pequeña historia de amor
que se cierra como un abanico.
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(V É A S E xxE Lxx P R Ó X I M Oxx E P I S O D I O)

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