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viernes, 4 de enero de 2008

KRYSTYNA RODOWSKA, Poznán, Polonia
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(Traducción: Gerardo Beltrán)
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“EN EL VALLE DEL BLANCO”
...
Voy de nuevo en camino
hacia el Blanco Invisible
sale a mi encuentro el borboteo del agua
joven desde los siglos entre caprichos de roca
Aquí lavo mi tiempo
de las cosas que no son esenciales
...
Adultos y niños
ondean de ida y vuelta
sobre el Blanco en una oda a la alegría
...
Y sin embargo
no sólo a pie pueden cruzarse las aguas
de la vida Pues de repente advierto
cómo lucha con el camino erizado de piedras
empujado por dos hombres en el fondo del valle
el único vehículo: una silla
de ruedas Asoma el rostro
conmovido de una mujer inmóvil
y alza el vuelo como la luz hacia las cumbres brumosas
...
Más lejos todavía y más alto
sobre esas lenguas de blancura que van callándose allá abajo
escucho sin cesar y sin cesar respondo:
buenos días
...
Claros días Por lo visto
todos bebemos un instante
de la fuente
...
Uno de los torrentes más hermosos en la parte polaca de la sierra del Tatra.
...
“EXILIO”
...
(fragmento del poemario autobiográfico El gran viaje)
...
La ciudad donde nací
ya no existe
pero seguirás encontrándola
en el mapa de Europa del Este
...
Exiliada de la realidad
de varios siglos de su historia
no es más que un montón de muros
y fachadas sin alma
...
Sus actuales habitantes no están conscientes
de la carga de nostalgias que miran sus ojos
sin admiración sin horror
Para ellos la ciudad no hizo
sino cambiar de piel.
...
Sus leones míticos ya no protegen la memoria
de tantos pueblos e idiomas
Aún les sangra la espalda
bajo el látigo del Domador
...
La casa de la que me arrancaron
aún sobrevive —según me cuentan
...
visitada por sus fieles muertos
...
*
...
Largos años recordaba
el olor de aquella calle
que hasta hoy sigue guardando
en su cofre de piedra tapado con la bóveda
del mismísimo cielo
cuatro embarazos de mi abuela materna,
sus llantos al oído del confesor,
sus anillos de oro su mano de hierro
conocida bien por los domésticos y los hijos,
visitas de las cuñadas solteronas que llegaban de Viena,
postales amarillentas del frente de la guerra
inconsciente de su vocación de la primera,
rondas de mi futuro padre un pobre estudiante
de medicina alrededor del “castillo fuerte”:
de gente acomodada donde una doncella
nostálgica lo seguía de ojos
desde su ventanilla
(una versión más de la historia de Romeo y Julieta)
...
¿Acaso perduran allá, en el gran cofre de piedra,
los pequeños comerciantes y la catedral de los armenios?
Persisten en el aire las mínimas huellas
del acto de desesperación de mi abuelo materno
cuando supo por fin apretarse
la soga en el cuello
...
¿Adónde se fueron los que admiraban
la hermosa voz de cantante de mi joven abuela paterna?
¿Enclaustrada ya para siempre en los lazos
conyugales con el mundo de cantos ortodoxos?
...
Cerraba los ojos a lo largo
de mis años insomnes de huérfana,
prosiguiendo a tientas el olor
de mi ciudad natal —olor tabú, prohibido—
en otros templos, otras puertas, escaleras,
hasta que llegó el día, un día fatal,
en que el dios oculto de mi olfato,
dios guardián de mi infancia de exiliada,
absoluto como la madelaine de Proust,
me abandonó a mi suerte sin remedio
...
Desde este instante, empujada
por los recuerdos que perdieron sus ojos,
sin ayuda de bastón blanco de videntes,
no pude menos que visitar
esta ciudad de más, la ciudad extranjera,
que apenas empezaba a abrirse
al turismo bien disciplinado
...
Con otros del grupo
de los nostálgicos
recorríamos la necropolia ilustre
donde aún las tumbas han sido violadas
...
*
...
El regreso al país profundo
está minado
Las hierbas crecieron demasiado altas
...
Pesa cada vez más
la carga de muertos sin descanso
...
El paisaje no recuerda mi idioma
...
Las manchas blancas comen la memoria

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