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viernes, 4 de enero de 2008

PIA TAFDRUP, Copenhague, Dinamarca
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(Traducción: Renato Sandoval y Thomas Boberg)
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“CARAVANA”
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A mi hermana
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Campos de hielo, bosques de nieve
helada ardiendo bajo la piel
No hay senderos que seguir
sólo llanuras que cruzamos solitarios
y distantes uno detrás del otro
Apenas si levantamos los pies
es la tierra la que nos transporta
...
Vivimos —
lo que significa:
Luchar contra la muerte
en todas sus formas
Todo lo que decimos será usado en nuestra contra
pero lo mismo pasa con lo que no decimos
...
Campos de hielo, bosques de nieve
un cielo que oscuro se adensa
como un muro de lamentos
Cielo de nieve, un cementerio judío
piedras blancas por kilómetros
en los pinares de las afueras de Kiev
...
Por cada copo que contemplo
sueño que lentamente estoy aquí:
alma en la sangre en la nieve en el mundo
Adentro
arder sin escrúpulos
y así, en lo blanco, desaparecer.
...
“LA MANO DE MI MADRE”
...
Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.
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“EL LAPICERO”
...
Si son los barcos o los cargueros llenos hasta reventar
—que a lo largo del día pasan frente a mi ventana que da al este,
desde donde el ardiente sol de la mañana envía chorros de fuego
que atraviesan mi corazón—
los que por las noches me hacen soñar
con un pene irguiéndose tan maravillosamente
que tengo que tocarlo,
o si es un mar olvidado que ha invadido mi lapicero
y que ahora desemboca en su punta
para hacerme escribir algo distinto a lo que
había imaginado, eso no lo sé;
pero por la presente envío mis excusas
a la ciudad portuaria cuyo cielo nocturno
yo, desflorada por la luz, el sonido y los aromas,
importunase con los sueños más improcedentes
extraídos de una jungla de tinta negra
que no sabía que yo tuviese muy dentro de mí,
allí donde ingenuamente, lo veo bien, yo imaginaba
que todo era tan brillante como la lanza
que se abre camino en la médula de cristal de la palabra,
y no moldeado como las olas
que ahora parten y se reúnen en una furiosa
urdimbre de agua, arena y espuma,
en una cadena que se suelta y se aferra,
olas que me golpean como una caricia
y que lamen la playa, lenguas que acosan
y que en la arena reflejan el inicio y el retorno.

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